Ayapaneco: La lengua que hablaron dos hombres que se negaron a hablar

¿Cómo puede sobrevivir una lengua si las únicas dos personas que la hablan no se hablan entre sí?

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Esta pregunta resonó en los titulares de todo el mundo. Pero detrás de la curiosidad mediática se esconde algo más profundo y mucho más urgente: la historia de Ayapaneco, una lengua al borde de la extinción.

Más que palabras, representa la memoria, la identidad y el eco de siglos que corren el riesgo de desvanecerse en el silencio. En un mundo donde más de 40% de las más de 7000 lenguas habladas están en peligro de extinción, el ayapaneco es uno de los ejemplos más conmovedores.

Las raíces de Ayapaneco y su decadencia silenciosa

Escondido en el estado mexicano de Tabasco se encuentra el pueblo de Ayapa. Durante generaciones, este tranquilo lugar albergó una voz más antigua que la conquista española: el ayapaneco, o Nuumte Oote—que significa “la voz verdadera”. Perteneció a la familia mixe-zoqueana, un linaje que antaño se extendía por el sureste de México.

Pero, como muchas lenguas indígenas, el ayapaneco comenzó a desintegrarse durante el siglo XX. Las políticas educativas nacionales favorecieron exclusivamente el español. En las escuelas, los niños eran castigados o humillados por hablar sus lenguas maternas. Con el tiempo, los padres dejaron de enseñarles por completo, con la esperanza de proteger a sus hijos del estigma.

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Según datos del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas de México, cerca de 130 lenguas indígenas están en riesgo de desaparecer. Ayapaneco se encuentra entre las diez especies más amenazadas, con menos de una docena de hablantes fluidos restantes.

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Dos hombres. Un mismo idioma. ¿Sin conversación?

Por un momento, los titulares mundiales se centraron en dos hombres mayores:Manuel Segovia y Isidro Velázquez—como los últimos hablantes fluidos conocidos del ayapaneco. Vivían muy cerca uno del otro en Ayapa, pero, según se dice, no hablaban.

Este detalle cautivó la imaginación del público. «Una lengua que muere por rencor», afirmaban algunos. Pero la verdad, como siempre, tenía más matices. Los hombres hablaban dialectos ligeramente diferentes. Sus familias tenían una larga historia. Y aunque no hablaban a menudo, no fue la animosidad lo que puso en peligro la lengua, sino décadas de abandono del mundo exterior.

Daniel, un lingüista chiapaneco que trabajó tres años en el pueblo, describió la situación con claridad: «No es que se negaran a hablar. Simplemente no crecieron compartiendo el ayapaneco como lengua de amistad. No fue así como se transmitió».

Una voz perdida casi olvidada

En un aula tranquila, preparada por voluntarios, Rosa Jiménez, de 13 años, intentó pronunciar una palabra que su abuelo usaba para "cielo". Frunció el ceño. Las sílabas le resultaron extrañas, aunque pertenecían a su familia.

El abuelo de Rosa, Mateo, hablaba ayapaneco con fluidez. Pero para cuando ella nació, había dejado de usarlo. "En la escuela no importaba", admitió Mateo en una entrevista. "Y cuando nadie te escucha, las palabras se te quedan grabadas".

Historias como la de Rosa se desarrollan en innumerables pueblos pequeños donde las generaciones más jóvenes heredan el silencio, no el habla. Ese silencio se vuelve rutinario y, con el tiempo, lenguas como el ayapaneco pierden no solo hablantes, sino también su razón de ser.

La lucha por documentar una lengua en declive

Cuando el antropólogo Daniel Suslak Cuando comenzó a documentar el ayapaneco, no buscaba folclore. Estaba construyendo un diccionario. Palabra por palabra. Frase por frase. El proceso fue lento. Cada sesión requería paciencia y una traducción en tres niveles: del ayapaneco al español, y del español a la comprensión matizada que Daniel necesitaba.

Describió el ayapaneco como «delicado». Su ritmo. Sus vocales entrecortadas. Sus construcciones verbales que se sentían antiguas y personales.

El desafío no era solo lingüístico. Era emocional. «Les estás pidiendo a los mayores que recuerden palabras que nadie les ha preguntado en cincuenta años. Duele».

Renacimiento en las sombras de la extinción

¿Se podrá revivir algo tan frágil?

Los esfuerzos en Ayapa dieron un sí cauteloso. Se fundó una escuela local. Algunas familias se unieron a la misión de reintroducir el idioma a los niños. Se realizaron talleres. Las palabras volvieron a las paredes, las pizarras y las bocas.

Antonio, un carpintero de 22 años, se convirtió en un campeón inesperado. Su madre nunca le enseñó ayapaneco, pero después de ayudar a Daniel con la construcción, sintió curiosidad. "Era como un rompecabezas de quién era yo", dijo. Ahora da clases a tres niños del pueblo una vez a la semana.

¿La palabra favorita de Antonio? Tzunu, que significa "juntos". "Porque ya no tenemos tiempo para esperar", dijo. "O lo salvamos juntos o lo perdemos solos".

El mito del rencor y la realidad del borrado

Es fácil reírse de la idea de que una lengua desaparezca por culpa de dos hombres testarudos. Pero esa narrativa ignora al verdadero culpable: la eliminación sistemática.

Ayapaneco no murió porque dos ancianos se negaran a hablar. Murió porque, durante décadas, nadie más lo escuchó.

Revitalizar una lengua no es cuestión de culpa ni nostalgia. Se trata de reconocimiento. De restaurar una voz silenciada, no por decisión propia, sino por la presión, las políticas y el tiempo.

El eco que aún vive

Piensa en una lengua como un fuego que pasa de mano en mano. Para el ayapaneco, la llama es tenue, pero no se ha apagado.

Hay algo profundamente humano en el acto de decir una palabra que no se ha pronunciado en voz alta en años. Trae a los ancestros a la habitación. Le da un sonido a la memoria. Y se niega a dejar que el silencio triunfe.

Conclusión: Un susurro que se niega a desaparecer

Ayapaneco nos recuerda que algunas de las partes más valiosas de nuestro mundo no gritan para llamar la atención, sino que susurran. Perduran en rincones olvidados, en las historias de ancianos, en las sílabas que un niño lucha por pronunciar.

Cuando perdemos un idioma, no solo perdemos palabras. Perdemos formas de ver. De recordar. De pertenecer.

La historia de Ayapaneco no se trata solo de lingüística. Se trata de identidad, resistencia y la silenciosa resiliencia de quienes portan significado, incluso cuando el mundo deja de escuchar.

Si tan solo una voz volviera a decir la verdad, tal vez la voz verdadera...Nuumte Oote—nunca desapareció realmente.

Preguntas sobre el legado de Ayapaneco

¿Por qué se considera al Ayapaneco en peligro de extinción?
Dado que quedan menos de 10 hablantes fluidos, la mayoría de ellos ancianos, ya no se habla ampliamente en la vida cotidiana, lo que lo pone en grave riesgo.

¿Realmente Manuel e Isidro se negaron a hablarse?
No exactamente. Tenían diferencias personales y variaciones dialectales, pero los medios exageraron la narrativa del «rechazo».

¿Hay esfuerzos para enseñar ayapaneco a las generaciones más jóvenes?
Sí. Pequeñas escuelas comunitarias y lingüistas han iniciado clases, aunque los recursos siguen siendo limitados e inconsistentes.

¿Puede aún salvarse Ayapaneco?
Hay esperanza, pero requiere participación continua de la comunidad, financiación adecuada y validación cultural por parte de las instituciones nacionales.

¿Por qué debería importarnos salvar una lengua tan pequeña?
Porque cada lengua encierra conocimientos, valores y formas de pensar únicos. Perder una es como perder un fragmento de la conciencia humana.