Por qué es importante salvar las lenguas en extinción

Cuando una lengua desaparece, la pérdida es mucho mayor que un conjunto de palabras. Es una ruptura en la memoria, un silenciamiento de canciones, historias, humor, dolor y sabiduría que antaño unieron a generaciones enteras.

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Cada lengua en extinción lleva consigo un mundo: formas únicas de ver, describir e interactuar con la realidad. Salvar las lenguas en extinción no se trata de nostalgia ni de curiosidad académica.

Se trata de salvaguardar la identidad, la dignidad y la posibilidad de un futuro que valore la diversidad no sólo en la biología o el arte, sino en el pensamiento mismo.

En todo el mundo, miles de lenguas se encuentran al borde de la extinción. Muchas tienen menos de una docena de hablantes fluidos. Algunas son habladas solo por personas mayores. Otras están resurgiendo en las aulas y en aplicaciones, aferrándose a su supervivencia mediante esfuerzos comunitarios y orgullo cultural.

Pero ¿por qué es importante salvar estas lenguas cuando la mayor parte del mundo se las arregla con un puñado de lenguas globales?

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El lenguaje como algo más que comunicación

A primera vista, el lenguaje parece una herramienta: una forma de hablar, escribir y ser comprendido. Pero al adentrarse en un idioma, se descubre algo más que gramática y vocabulario.

Encuentras valores. Algunas lenguas priorizan el parentesco en cada oración, exigiendo a los hablantes que especifiquen las relaciones antes de hablar. Otras describen paisajes de maneras que revelan la profunda intimidad de una cultura con la naturaleza.

Hay palabras que contienen siglos de significado, metáforas que se desmoronan al traducirlas y conceptos que existen en un idioma pero no tienen equivalente en ningún otro lugar.

Salvar las lenguas moribundas significa proteger estas perspectivas.

Sin ellos, perdemos el acceso a modos de pensamiento completos que moldearon la manera en que las personas tomaban decisiones, resolvían conflictos, criaban a sus hijos, honraban la tierra y se preparaban para la muerte. Una lengua no es solo cómo habla la gente, sino cómo vive.

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La erosión silenciosa de la identidad cultural

La pérdida de una lengua rara vez ocurre de la noche a la mañana. A menudo comienza con presiones, como la colonización, la guerra, la asimilación forzada o la supervivencia económica. Las escuelas solo enseñan la lengua dominante.

Hablar la lengua ancestral es objeto de burla, castigo o se considera retrógrado. Con el tiempo, los padres dejan de enseñar a sus hijos con la esperanza de evitarles la discriminación. El silencio comienza a extenderse.

Este patrón se ha repetido globalmente. En Canadá, los niños indígenas solían ser internados en internados donde se les prohibía el uso de sus lenguas. En algunas partes de África y Asia, el legado colonial continúa suprimiendo las lenguas nativas en favor del inglés o el francés.

En todo el Ártico, las comunidades nómadas fueron reubicadas y, con ellas, se desmoronaron sus tradiciones lingüísticas.

Salvar las lenguas moribundas consiste, en parte, en restaurar lo robado. Es una respuesta a generaciones de silenciamiento. Es una forma de decir: siempre estuvimos aquí y seguimos estando.

El lenguaje y la herencia del conocimiento

Muchas prácticas tradicionales (la agricultura, la medicina, la astronomía, la música) son inseparables de las lenguas en que se transmitieron.

Intenta traducir un canto sagrado o una receta basada en ingredientes específicos de la tierra a un idioma que no contenga los verbos, las texturas ni las metáforas adecuadas. Siempre falta algo.

Las lenguas orales, en particular, albergan un conocimiento enciclopédico. En la Amazonía, algunos grupos indígenas poseen vocabularios botánicos más detallados que cualquier revista científica.

Sus palabras para las plantas describen no solo las especies, sino también cuándo cosecharlas, cómo prepararlas y qué sueños podrían surgir. Al desaparecer el lenguaje, también desaparecen el contexto, la memoria y la posibilidad de que ese conocimiento se vuelva a utilizar.

Salvar las lenguas en extinción no es solo un acto cultural; es ambiental, médico, espiritual y práctico. Preserva una sabiduría que ni siquiera hemos empezado a comprender.

Resistencia, resurgimiento y el poder de la elección

En los últimos años, un número creciente de comunidades han comenzado a recuperar su herencia lingüística. Desde las aulas maoríes en Nueva Zelanda hasta las escuelas de inmersión lingüística hawaianas, el acto de hablar una lengua en extinción se ha convertido en una forma de resistencia y esperanza.

La tecnología juega un papel importante. Las redes sociales, los videojuegos, las aplicaciones para aprender idiomas y los archivos digitales se utilizan para que el aprendizaje sea más accesible y dinámico.

Los ancianos graban historias y canciones. Los jóvenes remezclan frases tradicionales con memes y jerga moderna. Revivir no significa romantizar el pasado, sino crear un presente donde ese pasado pueda respirar de nuevo.

Salvar las lenguas en extinción significa devolverles a las personas la opción de hablar en el idioma de su corazón. No porque deban, sino porque pueden.

La geografía emocional del lenguaje

Los idiomas no son solo externos. Viven en la boca, el oído, la respiración. Moldean cómo pensamos, soñamos y sentimos.

Hay idiomas que permiten nombrar las emociones con más matices que cualquier traducción. Algunos usan el ritmo y el tono para crear intimidad. Otros reflejan cómo una cultura organiza la memoria o cómo valora el silencio sobre la palabra.

Cuando las personas pierden su lengua, algo en su interior comienza a desvanecerse. La capacidad de expresar anhelo, alegría, miedo o pertenencia con un sonido familiar es irremplazable. Salvar las lenguas en extinción protege paisajes emocionales que no se pueden reconstruir una vez perdidos.

Conclusión

Salvar las lenguas en extinción es importante porque el lenguaje no es solo un medio, es un mundo. Cada una encierra una forma distinta de imaginar la vida, la historia y el futuro.

Cuando perdemos un idioma, no solo perdemos cómo hablaba alguien. Perdemos cómo amaba, reía, cuestionaba y le daba sentido a su existencia.

Preservar estas lenguas es un acto de justicia. Afirma que cada cultura merece ser escuchada con su propia voz. Es también un acto de imaginación.

Nos invita a creer en un futuro donde la diversidad no se aplaste, sino que se abrace. Donde los niños puedan repetir las palabras de sus abuelos y aun así inventar otras nuevas. Donde nadie tenga que elegir entre la supervivencia y la autenticidad.

Salvar las lenguas en extinción no solo beneficia a las comunidades que las hablan. Expande toda la historia humana. Y en un mundo cada vez más conectado y uniforme, esa expansión es más que valiosa: es necesaria.

Preguntas frecuentes: Salvar las lenguas moribundas y la memoria cultural

1. ¿Cuántas lenguas están actualmente en peligro de extinción?
Los lingüistas estiman que más de 3.000 lenguas (casi la mitad del total mundial) están en riesgo de extinción en las próximas décadas.

2. ¿Qué provoca la desaparición de las lenguas?
La colonización, la asimilación forzada, la represión política, la globalización y las presiones económicas contribuyen al declive de las lenguas.

3. ¿Puede una lengua revivir después de su extinción?
Sí. Algunas lenguas, como el hebreo y el manés, han sido revividas con éxito mediante la educación, la documentación y el esfuerzo comunitario.

4. ¿Por qué debería importarle a la gente si no habla el idioma?
Cada lengua contiene conocimientos, valores y formas de ver el mundo únicos. Perder una es una pérdida para toda la humanidad.

5. ¿Cuáles son las formas prácticas de ayudar a salvar las lenguas en vías de extinción?
Apoyar iniciativas de preservación de lenguas, financiar programas dirigidos por la comunidad, aprender lenguas en peligro de extinción y generar conciencia son aspectos que marcan la diferencia.